viernes, 26 de febrero de 2010

A VELAR A PAPA MONTERO



Cuenta la leyenda popular que en el pequeño pueblo de Isabela de Sagua, vivió un negro de cabeza blanca en canas a quien nunca, a pesar de sus años, abandonó la alegría de vivir. Se llamaba Papá Montero y era medio canallita. Gustaba de bailar la rumba haciéndose acompañar de lindas mulatas que iban con él a todas sus correrías bailables. Los amigos que sabían lo bailador y rumbero que era Papá Montero lo invitaban continuamente a alguna fiesta o barullo.

Cuando Papá Montero muere, abandona la vida con una sonrisa. Pide que en su funeral haya alegría, con música y toque de tambores en vez de lágrimas. La situación la recoge el cancionero folclórico de los 40 en una composición de Eliseo Grenet de quien se dice era su medio hermano, que en su montúnicoes-tribillo decía:
¡A velar a Papá Montero...

En el preciso momento en que se iniciaba la canción, precedidas por las loas al difunto del que había despedido el duelo, en medio de un sepulcral silencio, la viuda, que hasta ese momento lucía atribulada, se acerca al féretro de madera donde sus amigos iban a comenzar a repicar a modo de tambor para acompañar su melodía, y la interrumpe con un grito de ¡canalla rumbero!, lo que entre toques de tambor y voces a capela devino en la tonada:

A velar a Papá Montero zumba, ¡canalla rumbero!
El pintor cubano, Carreño, lo idealiza en su cuadro Los funerales de Papá Montero en 1949, y lo trajo al exilio. Como si fuera poco, este mítico personaje ha seguido inspirando a otros artistas como Emilio Fernández de la Vega y José Chiu.

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