Por: Víctor Gonzalez Solano
“No se que tiene el acordeón de comunicativo
Que cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento”.
Gabriel García Márquez
Miércoles 15 de noviembre de 1989. Clínica Unión de Montería. Habitación 204. Un ángel negro abre la puerta, sonríe y susurra al oído de Alejo un mensaje celestial. Había llegado la hora de estar con el Creador. Era la hora del reencuentro con sus padres Nafer y Juana Francisca, con sus amigos Juancho Polo, Alicia Adorada, Jaime su guacharaquero, el de la cachucha bacana. Y alejo se nos fue. Se calló para siempre su pedazo de acordeón. La alearía en el cielo era inmensa, en la tierra el dolor nos agobiaba. Nos consuelan sus canciones, sus anécdotas, sus recuerdos.
Cuentan que por las noches, a través del viento, se escuchan las notas de su acordeón que se escapan de las parrandas celestiales.
Alejo es de esas figuras que jamás se olvidan. Que se aprenden a amarle profundamente. En él se conjugaron los elementos propios para hacer del hombre un ser maravilloso. El amor, la sencillez, el respeto, la gracia, la inteligencia y la honestidad son algunos de estos elementos. De hablar pausado y grave, su conversación era un baúl de sorpresas marcadas con el sello de la humildad.
Amigo de sus amigos, enamorado eterno de la vida y de las mujeres a las que siempre acarició con las notas de su acordeón y el ronquido de su voz. Buen hijo, buen hermano, buen amigo y buen padre. Un convencido del amor; de allí su famosa frase: “Al amor no se llora, al amor se le canta”.
Gilberto Alejandro Durán Díaz nació el 9 de febrero de 1919 en El Paso un pueblo del Cesar, donde la gente se muere de viejo. Pueblo de gente que cumple al pie de la letra los mandamientos divinos. Los paseros son limpios de corazón, de alta estatura, trabajadores incansables de piel morena, manos gruesas y callosas productor del trabajo; las mujeres, dedicadas a los oficios de la casa, están convencidas que vinieron al mundo para servirle al marido, creer en Dios y criar los hijos.
La familia Durán Díaz por tradición está ligada a la música. Don Nafer Durán combinó siempre el oficio de vaquero con el de acordeonero y Juana Francisca Díaz el de lavandera con el de cantadora. Esta mujer esbelta y sencilla fue una de las más famosas cantadoras de tambora y su trabajo influyó notoriamente en el estilo de su hijo para interpretar con facilidad cantos en ritmo de paseo como La Candela Viva, Mi Compadre se calló, El Pañuelito y La Perra, entre otros. De niño Alejo recibió clases de urbanidad, lectura y cívica de su tío Federico, un fornido negro al que apodaban el sabio, por ser de los pocos habitantes del pueblo que llegaron al bachillerato. Las lecciones de Evangelista Quintana y Carreño nunca se borraron de la brillante mente del negro.
Hasta cumplir la mayoría de edad Alejo permaneció en la hacienda “Las Cabezas” de Parking House con Piñeres, Trespalacios y Fernández. Desde niño se unió a la cuadrilla de trabajadores de esa hacienda y de todas las que estaban cerca. Eran hombres fuertes que al final de la tarde, cuando terminaba la jornada, se unían para contarse sus penas y alegrías, para descansar el cansancio y refrescar el alma con canciones de viejos juglares que pareciera que conocieran los juegos del corazón de esos hombres anónimos que se convirtieron en el primer público de aquel negrito que con sonrisa alegre e inocente los alegraba también con sus cantos acompañado de la guacharaca.
Cuando Alejo Cumplió los 24 años comenzó a soñar con la vida. El acordeón se había convertido en su más fiel compañera. Ella le sirvió para acompañar a sus amigos en los “Cantos de parranda”, caminatas que se daban por el pueblo ya entrada la madrugada y al son del “amor amor” se improvisaban versos. Alejo tocaba el acordeón mientras sus amigos empinaban el trago de ron. Alejo nunca probó licor.
En 1950 el maestro llega a Barranquilla atraído por los comentarios de la gente. Después de pasar mucho trabajo se emplea como mecánico en el taller de un señor Félix. En 1951 graba su primer sencillo en un acetato que vendía de pueblo en pueblo. Con el sello Atlatic realiza su primera grabación oficial: Guepajé. A partir de ese momento su voz comienza a instalarse en las casas de todos los pueblos de la Costa Caribe a través de los radios de tecla que la compañía Phillips vendía.
Alicia adorada, Pedazo de acordeón, Sielva María, La cachucha bacana, 039, son algunos de los tantos éxitos que brotaron de la garganta de Alejo y de sus manos que acariciaban los teclados del acordeón, un acordeón que entendió que con Alejo las cosas eran a otro precio, que con Alejo había que pisar y sonar fuerte, que con Alejo los bajos serían protagonistas y que había que sonar con la misma calidad un lamento o un merengue.
Este negro logró romper las barreras que en Barranquilla y el interior del país le habían puesto al vallenato, hasta el punto de catalogar como “corroncho y montuno” como el mismo lo contó una vez, a quien escuchara esta música.
Se paseó por Colombia y el exterior llevando el mensaje de nuestro folclor “porque es mi deber colocar bien en alto el nombre de mi patria, yo no importo, importa mi país, mi pueblo, mi folclor”. Así lo declaró a un periodista en una ocasión.
No existe en Colombia un folclorista igual a Alejo, uno que reúna tanta calidez humana y calidad musical. Nunca habló mal de sus colegas, a todos respetó y aunque no compartía el vallenato moderno siempre decía: “Si a mi no me gusta, eso no importa, lo que importa es que al publico le guste y eso es suficiente. Lo malo es que yo cambie”. Con Alejo se podía charlar todo un día sin que repitiera una anécdota. Su gracia era única.
Cada canción del viejo Alejo era una vivencia suya o ajena. La cachucha bacana, dedicada a su guacharaquero, quien con su cachucha conquistaba a las mujeres y Alejo que era el del acordeón, la voz y la fama, no:
“Jaime si, Jaime sí,
Jaime sí, Alejo no”.
No se sabe a ciencia cierta cuántas mujeres tatuaron en su corazón la imagen de esta negro bonachon. Lo cierto es que a todas las trató como a reinas, a diferencia de la composición de hoy en la que se ultraja a la mujer, Alejo la acarició, la elevó y colocó en un pedestal de donde nunca las bajó. Esto se vio plasmado en muchas de sus composiciones:
“La mujer y la primavera,
ay son dos cosas que se parecen
la mujer huele cuando esta nueva
la primavera cuando florece”
¿Qué cuantos hijos tuvo? Muchos. En una ocasión un periodista le hizo esa pregunta y el maestro le respondió:
-“Bueno yo he tenido más de 20 hijos”
- Con la misma maestro?
- “Si con la misma, pero con distintas mujeres”
Un 30 de abril de 1968 Valledupar y Colombia entera aclamaron hasta el delirio a este extraordinario músico que con su “pedazo de acordeón” había conquistado el corazón del jurado y del pueblo. Se coronaba como el primer Rey Vallenato.
Y alejo fue creciendo como un árbol frondoso que daba a todos por montón dulces frutos y la más deliciosa sombra. Fue y sigue siendo ejemplo para todas las generaciones, no solo de interpretes del vallenato sino de todos los que con sus canciones vibramos de emoción.
En 1987 demostró con hechos esa humildad que era tan natural en él como era su “apa”. Se disputaba en Valledupar la corona de Rey de Reyes. Alejo cometió un pequeño error (carajo los grandes también se equivocan), que ni el jurado ni el publico habían percatado. Pero Alejo dejó de tocar, presentó disculpas y siguió tocando como los dioses, como sólo el sabía hacerlo. El publico ante tan caballeroso acto respondió con un aplauso que hizo vibrar todo el Valle del Cacique Upar. El jurado lo eliminó, como era de esperarse; el publico encolerizado protestó el fallo y en un acto de desagravio lo coronaron al día siguiente como Rey de Reyes, y la voz del pueblo es la voz de Dios.
A pesar de haber sido un andariego, Alejo decidió un día clavar sus raíces en el suelo de Planeta Rica. Allí todos las tardes, después de laborar en su tierrita, regresaba montado en su bicicleta. Se tomaba el refresco que su compañera le había preparado y se sentaba en la puerta de la casa en su taburete y les contaba historias a sus nietos y a los amiguitos de sus nietos, que embelesados disfrutaban de los cuentos del Negro. El pueblo entero lo acogió y lo declaró hijo adoptivo. Lo sembraron en su tierra para que germinara el árbol del amor. En Planeta Rica reposan sus restos y su pedazo de acordeón.
Con este negro grande la frase de que “no ha muerto, vive en nuestros corazones” se convierte en una realidad. Y es que no sólo vive en nuestros corazones, sus canciones siguen más vivas que nunca y cada vez suenan mejor. Es todo esto lo que lo hace un Rey Inolvidable.
1 comentario:
Este es de los grandes de nuestro vallenato. Ojalá las nuevas generaciones lo imitaran. Buena nota amigo González. Muy completo.
Soy ya un fiel visitante de su bog.
Román Rocha
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